miércoles, 19 de noviembre de 2008

Niebla...



En noviembre, cuando cae la noche, una capa de neblina va cubriendo a la ciudad que también se despierta envuelta en ella…
Es curioso lo que me gusta esa bruma otoñal y lo que a otros, asusta. Me encanta esa sensación de hielo flotante que enfría las mejillas, me hace sentir especialmente vivo…
Si esta es una tierra de nieblas, también hay otros enclaves nebulosos con mucho encanto…, aún recuerdo un viaje a la isla de Tenerife, donde la humedad de la lluvia horizontal llena y empapa todo.
Mañana de niebla anuncia tarde de paseo, ya lo dice el refranero.
La niebla es como la mar, infinita.
No sé porqué extraña razón, la niebla me recuerda a Frankenstein o El moderno Prometeo, la obra maestra de Mary W. Shelley. Muchos pensarán que esta percepción mía se debe a que el título está asociado a las novelas de terror (craso error, puesto que Frankenstein es una gran metáfora sobre la existencia humana..., el que no me crea, que lo lea y no se deje engatusar por la convicción del celuloide), pero esa niebla que inunda mi visión de esta obra se debe a su carácter íntimo, a esa búsqueda interior que sus palabras desatan. La niebla es eso, descubrir la verdad misma.
Imagen: El caminante sobre mar de niebla de Caspar David Friedrich

1 comentario:

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