martes, 24 de noviembre de 2009

Cuestiones, interrogantes


El ser humano no tiene a bien eso de preguntar. Será miedo, timidez u otro tipo de temblores, pero lo cierto es que cuestionar se hace tedio cuando debería ser todo lo contrario. Y es raro. Más que nada porque la mayoría de los humanos, a temprana edad, somos capaces de sacar de quicio a todos los adultos que se interpongan entre nosotros y lo desconocido, hecho muy curioso si nos percatamos de las pocas partículas interrogativas que utilizamos a diario. Por qué, quién, cuándo, dónde o qué, son los machones de nuestra existencia, o si no, al menos, de nuestro aprendizaje.
Por h y por b, les repito a mis alumnos las bonanzas de la interrogación. No hay mejor forma de salir de la duda… y de aprender. Ellos creen –ilusos- que en los manuales está todo, que no hay nada más allá de las satinadas páginas de un texto educativo, aunque más llamativo me parece que muchos adultos también lo crean… Si esto fuese así, no tendría que preguntarle a mis compañeros sobre las extrañas costumbres de mi ordenador, ni tampoco martillear a mi madre con lo adecuado de este tejido o aquella estantería.
Concluyendo. En esto que llamamos vida no hay libros de instrucciones que valgan. Hay experiencias, hay edad, hay gente diversa. Por lo que, sólo en contadas ocasiones nos podemos fiar de nuestra mera intuición y hacer caso omiso del saber de otros. Y como muestra, esta pequeña joya de papel que les traigo hoy, El rey y el mar, de Heinz Janisch y Wolf Erlbruch (dos prolíficos autores y de categoría), una excelente lección de que preguntando, se aprende.

1 comentario:

Nombre dijo...

Quizá sea porque (en nuestra tradición) al "preguntón" se le marca así por intentar conocer algo más. Mejor no salirse del tiesto, no destacar (ni por arriba, ni por abajo) y permanecer en la ignorancia. :-(

Gracias por la recomendación.